Esos desgraciados choferes de todos los días

DESAGÜE

Le pegué a un chofer. Lo dejé lleno de sangre, le rompí dos costillas, le fracturé una muñeca y le deformé la cara. Se lo llevaron al hospital y estará sin trabajar por lo menos seis meses. Sé que estuvo mal, pero la verdad es que el tipo me las sacó. Los que me conocen saben que no soy un tipo violento, al contrario, siempre rehúyo las situaciones conflictivas y creo que antes de este episodio había peleado una sola vez, con un compañero en la básica, en un episodio patético pues al final terminamos los dos abrazados llorando yéndonos para la casa.

Esta vez no sé lo que me pasó. Todo iba bien para mí esa noche. Volvía de mi trabajo, había pasado a comprar algo de mercadería para cocinar y en forma excepcional sumé un tarrito de café pues me había ido bien con las propinas y tenía que quedarme estudiando hasta tarde para un examen. Además mi jefe me había regalado unos cigarrillos importados por mi buen desempeño y Marta, la cajera del restaurante, que me gusta mucho, había aceptado mi invitación para ir el viernes a una fiesta reggae, cuyas entradas me gané en facebook. Todo bien. ¡Todo bien! Hasta que hice parar esa micro, con ese desgraciado al volante.

Los dramas empezaron al momento de subirme. Primero, el imbécil se molestó porque le estaba pagando tarifa escolar a las 9 de la noche. Me miró con desprecio, me recibió las dos monedas que le pasé y me dijo “ya pasa rápido”. “El vuelto” le dije yo. “Chis, andai carreteando con el pase weón y querís vuelto” me respondió. “El vuelto” le volví a decir, con toda la calma posible. Entonces sacó una moneda de 50 pesos y me la puso con fuerza en la mano. “Faltan 20 pesos” le dije. Ahí el tipo derechamente me ignoró, cerró la puerta de la micro y aceleró de forma tan brusca que casi me caigo. Ok, pensé. Cálmate. Caminé por el pasillo y me senté en un asiento vacío casi al final.

Yo creo que en ese momento algo pasó conmigo. Una sensación fría y extraña me recorrió. Éramos como cinco o seis pasajeros en el bus, todos hombres. Algunos iban durmiendo, otros estaban metidos en sus teléfonos; yo empezaba a mutar hacia algo que hasta ahora no sé qué es. Por mi mente empezaron a pasar unas imágenes que vi en televisión cuando chico y que me marcaron para toda la vida: una jauría de perros salvajes africanos destrozando unos impalas y comiéndoselos vivos. Sin asco. Ahí se me empezó a calentar la cabeza.

En esas cavilaciones africanas perdí la noción del tiempo, no sé cuánto tiempo pasó hasta que llegó mi paradero, pero lo que sí recuerdo es que entremedio el tipo hizo lo mismo que hizo conmigo con tres o cuatro estudiantes más que se subieron. Más encima a dos de ellos al momento de bajarse les paró como dos o tres paraderos más allá. Un abuso total que sin embargo, nadie reclamó; todo parecía normal, malditamente normal, y en un momento de clímax en mi paroxismo me pareció ver en el espejo cómo el carajo ese, después de dejar a una chica en un paradero con la máquina aún en movimiento (la chica casi se cae) se puso a cantar feliz de la vida los coros de las cumbias que sonaban a todo volumen en la radio.

El asunto es que cuando llegó mi paradero no me bajé. Me quedé sentado. Saqué mi billetera, mi teléfono y las llaves del bolsillo y metí todo a la mochila. La cerré y la dejé en el asiento de al lado. La micro comenzaba a quedar vacía y se acercaba el fin del recorrido, una rotonda oscura al final del camino internacional donde a esa hora ya no quedaba ningún bus estacionado.

Pasaron dos o tres minutos cuando finalmente el bus llegó a la rotonda. Ya no quedaba nadie arriba más que yo y el chofer. Entonces me paré de mi asiento y llegué al lado del desgraciado, que ya había detenido la máquina y, con el motor en marcha, contaba unos billetes.

“El vuelto” le dije, secamente. El loco me miró con cara de incredulidad y me dijo “¿qué vuelto?”, casi como haciéndose el chistoso. No pasó ni medio milisegundo de haber dicho esto cuando mi puño derecho cayó de golpe en la mitad de su nariz. Un chorro de sangre apareció de inmediato en la escena salpicando los billetes, el manubrio y su ropa, pero no había tiempo para recular: con una furia incontenible empecé a golpearlo a mano limpia en su cabeza. El tipo trataba de pararse mientras balbuceaba algo sobre un fierro que tenía en su asiento, pero yo estaba enceguecido: jamás paré de golpearlo y en un momento que no recuerdo bien cómo fue, lo agarré del cuello, lo levanté y lo tiré por la escalera del bus hacia la calle, donde le di puntapiés en las costillas y el cráneo, para después tomarlo del pelo y azotarle la cara contra la solera.

No sé cuánto rato estuve golpeándolo. Lo único que sé es que en un momento algo me hizo detenerme bruscamente para contemplar su cuerpo, a esas alturas, inconsciente. Su cabeza sangraba profusamente. Su ropa estaba destrozada. Su mano izquierda había quedado en una extraña posición, como girada completamente al revés. Le faltaba un zapato y un leve y patético quejido salía de su boca. Algunos dientes yacían esparcidos a su alrededor. Aparté algunos con el pie y me senté a su lado. Lo estuve mirando largo rato. Ahí fue cuando la sangre, su sangre, me volvió a recordar la sangre de los impalas destrozados por los perros salvajes. Al instante pensé: un perro salvaje, en eso me convertí, aunque ahora creo que actué peor pues no actué por hambre, sino por el placer de castigar con saña a un hombre.

Ahí desperté. Volví a mi centro y atiné a subirme a la micro a buscar la mochila. Saqué mi celular y llamé a Carabineros. “Acabo de golpear a un chofer. Lo dejé inconsciente en el suelo. Estoy en la Rotonda del camino internacional”. En 15 minutos estaba esposado, en una cuca, rumbo a la comisaría.

choferes
Por Licaón
Foto: Internet

Un comentario a “Esos desgraciados choferes de todos los días”

  1. paloma kirchmann Dice:

    Si es cierto, te felicito. Quizá haya muchos que piensen lo contrario. Si es una crónica solamente producto del imaginario, también te felcito; compraría tu libro.
    Detesto la acción del chofer cuando está de chofer. Es abusiva, denigra a los estudiantes, a las mujeres y al que se le ponga en su camino que no tenga buenas pechugas y buen poto.

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