La pasión inútil de Fernando Pessoa

LITERATURA

La inquietante obra del escritor portugués es una recopilación de numerosos fragmentos amontonados en su famoso baúl por más de veinte años. Libro del Desasosiego, Fernando Pessoa como Bernardo Soares, Emecé, Buenos Aires, 2005 (6ta. Edición). 511 páginas.

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El Libro del Desasosiego del escritor portugués Fernando Pessoa
(1888-1935) es uno de esos libros que todo ser humano que se precie de tal debiera leer, aunque sea una sola página y elegida al azar. Se trata de un libro muy particular, más bien de un anti-libro, pues no fue concebido como tal por su autor, cuyas obras, casi la totalidad, se publicaron en forma póstuma.

La importancia de Fernando Pessoa no sólo radica en que su escritura introdujo las corrientes vanguardistas en las letras portuguesas, como el modernismo o el futurismo, sino que también, influenciado por la filosofía existencialista de Nietzsche y Schopenhauer, pudo interpretar la sensibilidad de una época, el período de entreguerras dominado por la decepción nihilista frente al porvenir de la humanidad, que desembocó en las experiencias totalitarias que antecedieron a la Segunda Guerra Mundial. El Libro del desasosiego refleja esa mirada profunda de la historia.

Conocida es la predilección de Fernando Pessoa por los heterónimos, esos alter-ego imaginarios a través de los cuales daba rienda suelta a sus pasiones e inquietudes literarias. Alberto Caeiro, Alvaro de Campos y Ricardo Reis fueron algunos de los nombres con los cuales el escritor lusitano dio cuenta de su profundo y complejo pensamiento acerca del hombre, el mundo y sus circunstancias. Este desdoblamiento también le dio una libertad creativa pocas veces experimentada en la literatura. Pessoa creó su primer heterónimo a los seis años: Cjevalier de Pas.

libro-del-desasosiegoEn el Libro del Desasosiego encontramos una de esas voces imaginarias que nos habla por el autor oculto entre las páginas. Es Bernardo Soares, descrito por el propio Pessoa como un hombre que aparentaba unos treinta años, magro, más alto que bajo, encorvado exageradamente cuando estaba sentado, pero menos cuando estaba de pie, vestido con cierto descuido no totalmente descuidado. A la cara pálida y sin facciones interesantes, un aire de sufrimiento no le añadía interés, y era difícil definir qué especie de sufrimiento indicaba aquel aire; parecía indicar varios: privaciones, angustias y ese sufrimiento que nace de la indiferencia de haber sufrido mucho. A través de Bernardo Soares conoceremos el pensamiento de Fernando Pessoa.

El texto es una recopilación de numerosos aforismos y divagaciones escritos por Pessoa durante más de veinte años y sin un plan definido. Un primer atisbo de lo que sería el libro lo dio el autor en 1913, cuando publica en una revista uno de sus fragmentos: En la floresta de la enajenación. En esa ocasión, explicaba que se trataba de un adelanto del Libro del Desasosiego, una obra escrita en un estado de no-ser.

Los fragmentos pueden considerarse autobiográficos o como parte de un diario de vida, claro que sin orden cronológico ni homogeneidad temática. Son reflexiones en torno a la existencia, donde predomina un sentimiento de hastío y angustia, pero que también se puede interpretar como desesperanza por la pérdida de una fe. Por ejemplo, el fragmento 337 retrata muy bien el tono del libro: Lo que sobre todo hay en mí es cansancio y aquel desasosiego que es gemelo del cansancio, cuando éste no tiene más razón de ser que la de estar siendo. Siento un recelo íntimo de los gestos que podría esbozar; una timidez intelectual provocada por las palabras que podría decir. Todo me resulta frustrante por anticipado.

PASION INUTIL

Fernando Pessoa en el Libro del Desasosiego consigue reunir filosofía y poesía -él siempre sostuvo que era un poeta impulsado por la filosofía-, en ese deseo también por no separar literatura y vida. Este intento responde a esa necesidad de todo ser humano de querer trascender el sin sentido de la existencia ante una certeza, tal vez la única, que es la muerte. Esa angustia existencial lleva a Pessoa a considerar al ser humano como una pasión inútil, tal como lo hiciera Jean Paul Sastre en su libro La Náusea. Y la única salida que ve el escritor para llevar una vida auténtica es el arte. De ahí se entiende ese desdoblamiento en varios personajes literarios, como una forma de inventarse otra realidad, puesto que la propia está condenada al fracaso.

De Pessoa se ha dicho que es un místico sin fe, un anarcoexistencialista y un nihilista decadente; sin embargo, en su delicada prosa sólo se advierte a un escritor preocupado por el devenir de sus semejantes, sobre todo de los habitantes de Lisboa, a quienes aprendió a conocer en los innumerables recorridos por sus cafés y callejuelas. En otro de sus fragmentos expresa esa preocupación: Una de mi preocupaciones constantes es el comprender cómo es que otra gente existe, cómo es que hay almas que no son la mía, conciencias extrañas a mi conciencia, que, por ser conciencia, me parece ser la única.

fernando-pessoa-retratoEn vida, Fernando Pessoa sólo publicó un libro de poemas, Mensaje, en 1934, que lo presentó en un concurso que perdió, obviamente. Le ganó un sacerdote del que hoy nada se sabe. Al morir dejó un arcón con más de 27 mil originales; en uno de esos papeles escribió: Pero no siempre quiero ser feliz. Es necesario ser de vez en cuando infeliz para poder ser natural.

Angustia metafísica
“Cuando nació la generación a la que pertenezco, encontró al mundo desprovisto de apoyos para quien tuviera cerebro, y al mismo tiempo corazón. El trabajo destructivo de las generaciones anteriores había hecho que el mundo para el que nacimos no tuviese seguridad en el orden religioso, apoyo que ofrecernos en el orden moral, tranquilidad que darnos en el orden político. Nacimos ya en plena angustia metafísica, en plena angustia moral, en pleno desasosiego político (…) Ebrias de algo dudoso, a lo que llamaron “positividad”, esas generaciones criticaron toda la moral, escudriñaron todas las reglas de vida, y de tal choque de doctrinas sólo quedó la seguridad de ninguna, y el dolor de no existir esa seguridad. Una sociedad indisciplinada así en sus fundamentos culturales no podía, evidentemente, ser otra cosa que víctima, en la política, de esa indisciplina; y así fue como despertamos a un mundo ávido de novedades sociales, y que con alegría iba a la conquista de una libertad que no sabía lo que era, de un progreso que nunca definió (…) Nuestros padres destruyeron alegremente porque vivían en una época que todavía tenía reflejos de la solidez del pasado. Era aquello mismo que destruían lo que prestaba fuerza a la sociedad para que pudiesen destruir sin sentir agrietarse al edificio. Nosotros heredamos la destrucción y sus resultados. En la vida de hoy, el mundo sólo pertenece a los estúpidos, a los insensibles y a los agitados. El derecho a vivir y a triunfar se conquista hoy con los mismos procedimientos con que se conquista el internamiento en un manicomio: la incapacidad de pensar, la amoralidad y la hiperexcitación”. (Fragmento 175, págs. 189-90).

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