La culpa
DIARIO DE MI VIDA
Iba a comenzar esta crónica diciendo algo inteligente, pero se me olvidó lo que iba a decir. Mi alcoholismo, el sentido del espectáculo, y esta propensión insana por querer dirigirme a un público inexistente, me enorgullece profundamente. No es una ironía. Sufro en silencio. Carezco de todo el glamour necesario para dirigirle la palabra, digamos, a un caballero o a una dama. Mi aspecto es francamente amenazante. Los niños, en las calles, se quedan mirándome caleta de rato. Y eso que evito salir a la calle. (Esto es relativo. A veces voy a vender cosas a lugares donde compran y venden cosas. Voy con un entusiasmo desmedido. (Es de perogrullo lo que aquí planteo.)) Mis intereses han ido variando a medida que pasa el tiempo: he diversificado mis pequeñas ambiciones. Por ejemplo aprendí a tejer. Una amiga nueva me enseñó. Es súper relajante. Y además puedes cantar (lo ideal es cantar, y tejer, por separado, pero se pueden hacer las dos cosas a la vez (esto las mujeres lo tienen clarísimo)). También he comenzado a comer rábanos, para apalear mi enfermedad. Y pescado en lata. Y cuando tengo tiempo veo mucha pornografía. Me conmueven las actuaciones de esos artistas que sólo tuvieron la gran oportunidad de tener un seudónimo espantoso. Me acongoja, igual, ver a todas esas mujeres corpulentas en su desnudez, penetrándose e intercambiando, junto a hombres igualmente corpulentos, fluidos repugnantes. Salgo a trotar, en todo caso, cuando me siento particularmente contrariado (con estas imágenes maravillosas rondando en mi cabeza) por las calles de una ciudad que bien podría ser Talca. Soy un padre ejemplar. Y cuando me invitan a alguna parte digo que sí al tiro. Navego entre tumultos y tempestades, como podrán apreciar. Tengo una vida difícil. Soy un huevón joven que anhelaba algo. Una instancia apenas. El altruista sin apuros que pretende usufructuar de la maldad proferida por los otros.