El desayuno de Esteban

CRÓNICA

Ese sábado, Esteban tenía mucha hambre. Por eso decidió esperar pacientemente al otro lado del toldo. Adentro, el restaurante estaba lleno de familias que gozaban con el sabor de dulces, churros, lasañas y bifes. Un ambiente de alegría copaba el lugar. Pero los ojos de Esteban no estaban ahí. Estaban en la mesa ocho, en la vereda, donde un solitario gordo engullía una pizza grande, de cuatro quesos. El tipo era una bestia. Ya se había tragado un enorme sandwich de milanesa, una porción de papas, 2 gaseosas y una cerveza. Y el maní del pote. Por eso, cuando pidió la pizza, Esteban presintió que el hombre no iba a poder con tanta barbarie. La gula debía tener un límite y decidió esperar. Y acertó. Porque después de largar el erupto nacional más grande que Esteban haya escuchado en su vida, el gordo pidió la cuenta. La mitad de la pizza estaba en el plato. Vino el mozo, entregó el papel. El hombre pasó los billetes, el garzón partió a la caja. El panzón se paró y se fue.

Esteban sabía que ese era su momento. Tenía menos de 1 minuto para ir a la mesa y sacar el resto de la pizza antes que llegara el mozo. Así, sin pensarlo un segundo más, como un ágil carroñero urbano, dejó su saco a un lado, se metió al toldo, agarró el trozo y salió de nuevo a la calle. Tomó sus cosas, y enfiló rápido por la avenida con su grasiento trofeo en la mano.

Fue tanta su felicidad que unos metros más allá se detuvo para saborear el inédito desayuno. Sintió que la vida volvía a su cuerpo indigente. Comía, sonreía, sencillamente parado en la vereda. Fue entonces cuando una chica pasó por su lado, y emocionada por la escena, le comentó a su novio: – “¿Viste que la comida alcanza para todos?”.

Por Absalón Opazo

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