Sabor a libertad

CRÓNICA

- La libertad es un bien sobrevalorado; es imposible ejercerlo sin morir en el intento -. Guardó silencio por un momento y me espetó: – ¿De qué diablos estás hablando?
- Tengo la libertad de salir por esa puerta en este mismo instante y dejarte atrás con casa, hijos y todos tus demonios.
- Ya…
- Tengo la libertad de no volver a escribir una palabra porque alguien me paga o me lo pide; de jamás volver a depilarme las piernas o las axilas; de engordar, de abandonar, de odiarme a mí misma, de escapar.
- O de vender todas tus pertenencias e irte a vivir en un bus abandonado en Alaska. Ya vimos esa película, ¿recuerdas?
- Sí, claro…, pero al final, cuando la última letra de la palabra libertad termina de escribirse, ¿qué hay? La muerte. Ya seas un niño rico que vende su existencia para terminar pereciendo de frío en Alaska o un poeta en Valparaíso que no transa para finalmente morir de inanición. O yo misma, dejando atrás mi existencia, para morir de vacío y soledad, pero en libertad, sin cadenas ni ataduras.
- ¿Quieres decir, entonces, que debemos renunciar a ser libres? ¿Qué debemos resignarnos a vivir esclavizados de nuestras posesiones y satisfacciones?
- ¡Pero cuanta grandilocuencia! Sólo estoy aquí parada, frente al mesón de los helados, tratando de elegir si vainilla o pistacho. Para cumplir ese simple deseo de comerme un helado aquí, contigo, en esta noche, en esta ciudad, debo hipotecar mi libertad al punto de que la paleta de sabores es el único lugar donde puedo ejercer lo que queda de ella. Para ser verdaderamente libre, debería renunciar a ti y al cono de helado.

La dependienta, que lleva minutos mirándonos en silencio, pregunta ya impaciente:
- Y la señorita, ¿de qué sabor va a llevar?
- Para mí, un escapismo de pistacho, por favor.

Por Myrna Minkoff
Cavila Nº22

Deje un comentario

Debes estar conectado para enviar un comentario.