Una historia familiar

DIARIO DE MI VIDA

Una vez me llevaron de urgencia al hospital Gustavo Fricke. Tuve una seria descompensación. Estuve en observación por varios días. Tenía pesadillas por la noche. Soñaba que el tipo de la camilla que estaba a mi costado derecho se metía en mi cama. Era un hombre mayor. Su nombre era Hernán. Y Hernán se estaba muriendo no recuerdo de qué cosa. De viejo, me imagino.

Lo iba a visitar, una vez por semana, su hija mayor (según me contó): una gorda enorme que jamás me saludó. Yo estaba muy triste por lo de la anemia. Parecía un fantasma en el pabellón atestado de curiosos, de pacientes y enfermeras.

Una historia familiar

El hospital Gustavo Fricke está en la calle Álvarez, en Viña del mar. Una vez la calle Álvarez, a la altura del hospital Gustavo Fricke, fue un barrio de prostitutas. Mi abuelo, Domingo Bustos, compró una propiedad en esa calle. Se escuchaban, permanentemente, crudas reyertas que, por lo general, terminaban con la policía disparando al aire. Mi abuelo Domingo se ganó dos veces La polla Gol. Hizo inversiones que terminaron por hundirle. La bebida lo llevó a la infidelidad y la infidelidad lo llevó a la desgracia. Mi abuela nunca logró perdonarlo del todo. Yo crecí en un ambiente enrarecido. Pinochet hacía de las suyas en Chile. Yo nací el primer día de 1979. Soy el mayor de mis hermanos. Tuve problemas de aprendizaje desde pequeño. Era muy atrevido. Y desconfiado: no me gustaban los adultos. Pero esa es otra historia. Una historia algo compleja sobre el advenimiento del desastre. Sigamos. Mi abuelo se deshizo, gracias a los mencionados premios, de mi padre y de mi madre (que eran unos vagos egresados de los padres franceses y de las monjas francesas, respectivamente) enviándolos a la España franquista. Mi madre cuenta que Madrid estaba lleno de yonquis. Que el olor a fritanga era espantoso. Que los trataban como el culo por ser chilenos. Cruzaron, aburridos, me gusta imaginar, la frontera norte española en un tren nocturno hacia Francia. Ahí bebieron y follaron. Consolidaron su despedida. Unos meses después estaban de vuelta en Chile. En el Chile de Pinochet, que no era exactamente una postal de candor y cordura. En ese periplo desquiciado fui concebido. Mis padres se casaron, yo nací y luego se separaron. Es una historia común de adolescentes algo atolondrados, burgueses y sin responsabilidades. No hay por qué culparles. Mi abuelo, que en ese entonces ya se había vuelto alcohólico y que frecuentaba prostitutas (sobre todo a una que llamaban La tacones, una gordita muy simpática, a la que llevó en un momento de lúcida desfachatez a un dominical almuerzo familiar y la sentó a su lado en la mesa) era el culpable de todo.

Don Hernán, el viejo moribundo que estaba a un costado de mi camilla, era muy parecido a mi abuelo. Parecía absorto en sus pensamientos. Parecía algo desesperado. Cada vez que su hija le visitó tuve la impresión de que la detestaba. Quizás por eso conté esto, o quizás quise exorcizar, de manera inconciente, a través de la acción de un tercero, a mis pobres padres.

Por Carlos Peirano

Fotografía de Scarlett Segura

Un comentario a “Una historia familiar”

  1. luis figueroa moreno Dice:

    en ese callejon que no recuerdo su nombre, donde estaba la panaderia del mafioso Bloisse, orinaba cada vez que tenia que cuzar la linea ferrea con destino al hospital. mi vegiga se desocupaba plena en ese callejon que no recuerdo su nombre….

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