Caballero, me dicen (o me habían clavado las horas)
DIARIO DE MI VIDA
De joven fui viejo. Mi abuela materna, aún con cáncer, seguía malcriándome. Leíamos la Biblia y veíamos el Show de Benny Hill en plena dictadura. Me compraba láminas del cuerpo humano y me vestía de niña. Yo era sumamente rubio, como la mayoría de los chilenos. Era un primor. Todos los vestíbulos que recorría tenían un hedor tremendamente hogareño. Siempre fui la princesita de mi abuela. Mis padres eran una distancia insalvable. De ellos realmente no podría decir nada: su ausencia es tan elocuente como el canto de un pájaro. Intentaron, vanamente, educarme. Y ahora que todos quieren educación gratuita, partiendo por los dirigentes estudiantiles y la tropa de iletrados que les sigue, mi sugerente desacato (el abandonar la educación formal) parece una opción ilegible (y hasta despótica).
No hay verdad digerible, porque Dios es pacato.
Decía que de joven fui viejo. Y parece que se nota. Estoy a días de cumplir la edad de nuestro señor Jesucristo. Estoy a días de hacer la invertida. En la feria me dicen caballero. La gente en la micro me pide permiso y me dice caballero. Yo, la rubia de 15 norte, el drogadicto de la Quinta Claude, el poeta menor de Valparaíso, envejezco irremediablemente. Me prometí no volver al manicomio. Ahora mis excesos son textuales. Estoy jodido.
Por Carlos Peirano