Flor exótica

CRÓNICA PASIONAL

Esa tarde me sentía como una flor exótica: carnívora y fatal. La lluvia intensa había dejado olor a mar y la curva de un arcoiris se desplegaba entre cerros bañados de fulgor, olas turbias y un cielo agujereado por luz entre los nubarrones. Sensible a cada detalle, olor o imagen, dejé que me llevara en su conversación, que me envolviera en su enjambre de macho bien concebido.

Tropezando con mi propia torpeza ansiosa, rocé sus pectorales de nadador y fue como si mis pétalos salvajes se abrieran para percibir la contundencia de la carne que, sin saberlo, él me ofrecía. Desde esa fricción, sólo una idea se repetía en mi mente como un mantra in crescendo al ritmo de su respiración. Algo rugía desde mis entrañas pidiendo sacrificio, primitiva y voraz. Me sentía hipnotizada antes del exorcismo.

Tardé poco en acorralarlo en un callejón sombreado por el ocaso y le agradecí a este puerto el laberinto que nos regaló. A tientas logré someterlo al deseo de la sangre que los dioses afodisíacos me pedían. Él respondió estrellando sus muslos contra mis nalgas portentosas y unos ladridos en eco mitigaron los gemidos sacrificiales. Mi cuerpo contra el muro, mis calzas a mitad de camino, su mano con la mía acrecentando mi pistilo sagrado.

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Nada similar al amor, ni un gesto que se acercara al encantamiento embobado de los cuerpos deseosos, sólo el mandato total de la carne y la hipnosis de la inmolación en altura. Le pedí ira y me dio placer máximo; le ordené profanación y me entregó embriaguez. Desde lo más externo de mí, desde la suavidad de mis muslos, paseaba su ofrenda endurecida hasta subir y entrar empujando hacia mi vientre, tantas y tantas veces que todo en mi pareció expandirse y volverse acuoso. Sofocada por su insistencia sentí un líquido tibio en mi entrepierna y un deseo de orinar, de rebalsarme, de huir, de morir en ese instante, desbordada en el charco del inmenso frenesí.

Aquel macho glorioso bramó un poco más y cogió con mayor fuerza mis ancas con una mano rotunda y mi bragadura con la otra; apretó y apretó tal como mi boca indómita le demandaba con palabras de fuego. La via láctea infinita ofrendó el gozo divino, mi vientre estaba saciado. Comencé a arreglar mis pétalos lentamente, inspiré hondo y miré extasiada al que fue sacrificado: lucía esplédido, purificado, absuelto. Sólo su polera delataba el apetito saciado: una mancha roja, intensa, sangre liberada por la exótica flor. Cerró su casaca de cuero y sonrió. El atardecer también se habia vuelto rojo. El sacrificio estaba completo.

Por Dona Cienfuegos

2 Comentarios a “Flor exótica”

  1. elizabeth Dice:

    hermosisiimooo… me encanto!

  2. do_0beat bass player Dice:

    mmmmMMMM …….fogosa

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