El Chile actual

MAL HUMOR

Siento que flota en el aire un ambiente rasca, culturalmente hablando. Es como el momento del carrete donde están todos pegados, ebrios o dormidos, con una radio pasando a todo volumen insufribles tandas comerciales de celulares y créditos de consumo. Es justo el momento en que te vas para otro lado o para la casa.

Ese es mi principal drama. Chile está enfermo de consumismo. Comprar y tener se han convertido en la aspiración máxima de los chilenos de todos los estratos sociales. En lo personal, como persona estudiosa y culta, eso me parece de pésimo gusto. Que la sociedad chilena haya terminado influenciada casi en un 100% por la cultura norteamericana, una cultura conocida mundialmente por su superficialidad y matonería, me parece triste y vacío. En los comienzos de la república, existía una irradiación cultural mucho más amplia. Llegaban a Chile los pensadores rusos, franceses, italianos, alemanes, mexicanos. No existía una hegemonía cultural tan brutal como sucede hoy en día, donde más encima la supremacía la tiene una voz misógina, soberbia, inconciente y clasista.

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El bling-bling y la huevadita de los matones es un ejemplo emblemático. Porque es “cool” golpear en la secundaria al estudioso, que va a la biblioteca y sale con un libro bajo el brazo, igual que pegarle a los más débiles y quitarles su colación. Porque el asunto es ser popular no a punta de buenas acciones sino en base al temor y la agresión. En ese sentido, las secundarias gringas representan muy bien el modelo cultural que se ha ocupado para moldear este Chile. Mucho esnobismo, mucha apariencia, arribismo, desprecio por la inteligencia y segregación hacia los diferentes. Y en el fondo, una ignorancia impactante.

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En algún momento de la historia, Chile fue un país diferente. Nuestra educación pública, por ejemplo, era tomada como referente en todo el continente y conocida como “la primera de América”, fuente de conocimientos y contenidos, pensamientos e ideas. Por eso, una de las primeras medidas de la Junta Militar en 1973 fue arrasar con este sistema educacional gratuito y de alto nivel, despidiendo a cientos de profesores y expulsando – por secuestro o exilio forzado – a miles de estudiantes y trabajadores.

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Algo de eso escribe Volodia Teitelboim en su interesante libro “La gran guerra de Chile y otra que nunca existió” (Editorial Sudamericana, año 2000). Allí, el escritor, famoso en esos años por su célebre programa “Habla Chile” en Radio Moscú, señala en un texto del año 1980: “El apagón cultural y la persecución se extienden también a la educación y a la universidad, que caen igualmente bajo la dictadura de los generales de Pinochet (todos los rectores son generales). El vicepresidente del Banco de Chile, Javier Vial, hablando en el Seminario del Consejo de Rectores, expone la filosofía universitaria: La educación superior debe ser rentable, rendir buenos dividendos pecuniarios, conforme a la política de autofinanciamiento sustentada por la Junta, como proyección natural del modelo económico vigente. Pasando velozmente de la teoría a la acción, el siete de febrero se publicó en el Diario Oficial un decreto que establece que a partir de 1981 los alumnos deberán absorber los costos de sus estudios. Según el jefe de planificación del gobierno, la educación debe constituir una inversión monetariamente reproductiva para el Estado. Sostiene además que se necesitan menos especialistas de nivel universitario y más mano de obra sin gran calificación”.

Prosigue Volodia: “Profesores, investigadores, alumnos, rechazan dicha política. La respuesta de la Junta es la expulsión en masa tanto de unos como de otros. Se suprimen carreras y centros de investigación universitaria, en especial de ciencias sociales, área particularmente temida por la autocracia gobernante. Se impide la representación de obras de teatro, se incendian salas de espectáculo, se prohíben exposiciones de pintura y otras expresiones de creación artística. Pesan interdicciones sobre la música folclórica, que se persigue como manifestación enmascarada o abierta de protesta popular. No se admiten en los conciertos ciertos instrumentos musicales identificados con ella, considerados peligrosos, explosivos, como la quena andina. El éxodo de profesionales y artistas obligados a abandonar el país no tiene fin”.

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Este verdadero robo al alma de Chile es la causa principal de que hoy habitemos un país culturalmente mediocre, frágil en su identidad y en donde sólo un 13% de los chilenos confía en sus conciudadanos (de acuerdo a un reciente estudio de la OCDE en nuestro país). Este mismo estudio cifra además en un 18% el índice de pobreza en Chile. Esto a pesar de seguir en forma extremista las políticas de Estados Unidos y sus socios mundiales (OMC, FMI y Banco Mundial por nombrar algunos). Al menos yo, creo que con ese tipo de políticas la pobreza no desaparecerá nunca, sino que aumentará, pues está comprobado que el mercado por sí mismo no resuelve los problemas sociales.

Si a esto sumamos la exacerbación que se hace de antivalores como la competencia y el consumismo, tenemos como resultado un país insoportable, donde la gente no entiende lo que lee pero cree entenderlo. Como decía mi abuelita: peor que un ignorante es un ignorante que cree que sabe. De esos estamos llenos, bling-bling bitch. Chile no es dueño de su agua, de su mar, de su cordillera, de su cobre, y nadie lo sabe.

Para terminar esta crónica, vuelvo a citar al gran Volodia y su relato sobre el origen:

“Las concepciones oficiales vigentes exaltan el autoritarismo recubierto por una capa aparentemente política. Abominan de la organización y la solidaridad entre los trabajadores, imponiendo una variante del darwinismo social, donde el pez grande se come al chico, según la docta explicación del almirante Merino. La historia nacional es interpretada como la obra de una élite de personajes aristocráticos y jamás como la de un pueblo participante.

El racismo es otra perla negra del collar. La Junta ha dictado una legislación antiindígena que ha merecido en noviembre de 1979 la condenación de la Asamblea General de Naciones Unidas. Allí se denuncia que “han tenido muy poco en cuenta la tradición histórica, la idiosincrasia, las formas de propiedad y trabajo del pueblo mapuche y menos aún sus necesidades y el desarrollo de su propia cultura…”.

Tratan de inculcar a la juventud por todos los medios los desvalores del consumismo, del exitismo individual y del apego al dinero. La desigualdad, según su explicación, no es un hecho social sino consecuencia de factores genéticos: los hombres capaces surgen y los seres inferiores permanecen en la miseria. Su ideología reposa en dos piedras angulares: la seguridad nacional y la economía de libre mercado. La primera concibe el país como un regimiento mandado por un grupo predestinado, a cuya cabeza figura el César de uniforme. La segunda considera al ser humano como una moneda de cambio”.

Por Lorenza Ríos

Foto Presidentes: Prensa Presidencia

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