Editorial Bunker: La palabra como trabajo estético y político

ENTREVISTA

Maximiliano Martin no gozó de una biblioteca en su casa y tampoco comenzó a leer a una edad temprana. Él mismo hizo su biblioteca (comprándose libro por libro) y fue un lector tardío pero voraz.

Solía cruzármelo en pleno centro de Rosario a media mañana (yo vivía en una pensión en Roca al 1500 y el trabajaba de cadete en una tintorería) siempre con un libro bajo el brazo, o una libretita en la que tomaba apuntes para sus posteriores cuentos. Conocí a Roberto Bolaño gracias a él (también a Carlos Gallegos). Habíamos entrado en receso por las vacaciones de invierno y me prestó fotocopiado Llamadas telefónicas. Siempre lo ninguneé diciéndole que Bolaño era un mito de la crítica, pero mientras tanto lo leía y le preguntaba por las obras que más me podían interesar.

Maxi no es editor por azar, lo es porque, antes que nada, es un lector enfermizo (literalmente) de la literatura más rebuscada y culta. Digo “rebuscada” y “culta” porque lee a aquellos que están más allá de lo estándar, como Libertella o Zelarayán. Maximilano Martin no solo es editor, además dirige junto a otras personas la revista Literatosis. Ha escrito varios libros bajo heterónimos. Estudia en el Instituto Olga Cossettini. Debe ser el único lector de Wilcock vivo sobre la faz de la tierra.

-Recuerdo que cierta vez te visité en la casa de tu ex abuelos y me quedé con una imagen a lo Wilcock, es decir, alguien que escribe en la soledad y que lee vorazmente, junto a su gato que ahora se me ha desdibujado el nombre. Hubo un tiempo en que perdimos contacto y de repente apareció Editorial Búnker. ¿Cómo surgió?

Ese gato se llamaba “Mi”, como la nota musical. Fue un compañero por varios años. Búnker surge del hartazgo de trabajar bajo patrón. Entonces, decidí que aquello que me permita subsistir gire alrededor de la literatura, sea algo relacionado, directa o indirectamente, con la lengua y la literatura. Fue así que, mientras aprendía a encuadernar e investigaba sobre la edición, abrí la convocatoria a un taller de cuentos; por ser el género que más conozco o en el que más cómodo me siento. A ese primer taller lo di en la biblioteca popular de Empalme Graneros.

-Ejerciste diversos oficios, pero tuviste la osadía de emprender un proyecto editorial artesanal, ¿cómo te vinculás con respecto a las editoriales que aspiran a ser más “profesionales” (lo logren o no)? Porque Búnker, según entiendo, existe para dar a conocer tus gustos literarios, o lo que vos creés que la gente debería leer. Lo que significa un riesgo.

Prácticamente, no tengo relación con las editoriales que se hacen llamar independientes. Sí me relaciono con editoriales autogestivas, que no reciben ni becas ni subsidios de la provincia socialista. Como decía Zelarayán “Ni beca ni vaca (no soy careta)”. Por otro lado, Búnker no cree en la propiedad y, por ende, no cree en la propiedad intelectual. Cree que la literatura como el arte en general es un bien público. Sí existen matices. Por ejemplo, no podés piratearle un libro a alguien que vive de eso, como puede ser, acá en Rosario, “El Colo” Matías Romaguera. Él autoedita sus libros y los vende en la calle, donde sea. Él vive de eso, pirateárselo en ese caso sería de rata. En cambio, piratearle un libro a una multinacional es hacer un cachito de justicia. Y por otra parte, están los libros que casi no circulan o los libros que no se editan hace años. Por ejemplo, Alamiro el poemario de Adolfo Couve o el libro de Carlos Gallegos -a quién le pedí permiso de editar su libro y él me lo permitió porque tampoco cree en la propiedad- Hospital Psiquiátrico.

-No solo editás el canon o lo que está fuera del canon, también has editado autores inéditos como Franco Bedetti o Hernán Cogliati, o Bernabé De Vinsenci. ¿Cómo fue la experiencia de editar autores que la gente desconocía?

Grato. Los tres autores que edité van por una línea o por una estética muy distinta entre ellos y muy distinta de las tendencias actuales de la literatura argentina y rosarina. Mientras en Rosario se escriben versos sobre la importancia de haber cagado por primera vez en el baño de Carlitos o si este o aquel le puso “Me gusta” a mi publicación, hay autorxs que toman la palabra como un trabajo estético y político. Diría que al estilo de Atahualpa Yupanqui, quien exageraba diciendo que a la hora de escribir cada palabra debe justificar la irrupción del silencio. Quizá sea una cuestión de clase, no sé. Tenés a varios escritores que producen sobre su vida burguesa y lo satisfecho que están con eso, como escribió Aira en una nota que salió hace poco, y tenés a Bernabé De Vinsenci que escribe desde un hospital público, lugar donde reside.

editorial Bunker de Argentina

-Permitime una licencia, pero vos escribís con seudónimos y has publicados tanto libros de poemas como de relatos, ¿qué efectos tuvieron? Pensando en que los lectores no saben que te leen a vos.

Los libros que he editado mediante heterónimos no los he puesto a la venta. Solo circulan entre amigos y han salido algunos cuentos en la revista Literatosis. Quienes han leído los cuentos de la revista, sin saber que era el autor lo han elogiado o más bien, le han reconocido algún mérito.

-Como lector y editor, ¿cómo ves la literatura contemporánea y en particular la literatura rosarina?

En general, la literatura rosarina es penosa. Pero supongo que en todos los tiempos siempre fue así. Hay tendencias como el objetivismo frívolo, que está a un pelito de volverse reaccionario. Pero también tenés otrxs autores que están produciendo cosas muy interesantes. En la narrativa, Federico Ferroggiario es un cuentista exquisito; en poesía, Marina Maggi y Mariano Acosta es de lo mejor, bah para mí es de lo mejorcito.

-¿Qué autores te gustarían editar o con cuáles de los editados te sentís satisfecho?

Me gustaría editar a Raúl Zurita, a Juan Luis Martínez, que tanto admiro. Lamentablemente sus libros en Argentina son inhallables.
Gabriela Cabezón Cámara es una escritora que me gustaría editar y creo que es de lo mejor de la literatura argentina contemporánea.
Y en Rosario me gustaría editar a quienes ya nombré: Marina Maggi, Mariano Acosta y Federico Ferroggiaro.

-A veces veo editores que se guían por si tal o cual escritor salió en un diario y a partir de ahí deciden publicarlo, ¿cómo funcionás vos en ese sentido? ¿Te importan más los textos o los alcances del autor?

Mi trabajo editorial es un trabajo manual y reducido. La circulación es local y escasa. No pienso en el mercado. Obviamente, el producto se tiene que vender pero creo que una editorial produce cultura y no simples elementos de consumo. Hay un cuento de Primo Levi muy bueno que ilustra esto. Se llama “El fabricante de espejos”. Se trata de un tipo que viene de una familia de una vasta tradición en la confección de espejos. Cuando muere su padre él se siente en la libertad de experimentar y crea un espejo chiquito que si se lo ponés en la cabeza de alguien y te ves en él, lo que ves es cómo el otro te ve. Eso que el otro ve es muy distinto a la imagen que uno tiene de sí. Por supuesto, si vas probando el espejo en otras personas el reflejo cambia, nunca se repite. Porque lo que ves es la opinión que el otro tiene de vos. Es un espejo anti-hipócritas y por supuesto que no te llega a gustar cómo el otro te ve. En fin, este tipo patenta el espejo y trata de venderlo pero no puedo porque a la gente no le gusta ver cosas que no lo satisfagan. Comercialmente, el espejo es un fracaso, más allá de que sea una creación original y única. Lo que quiero decir es que me interesan los textos y no el posible mercado.

-Me parece un caso insólito, hoy escuchaba a Francisco Garamona decir que no vive de Mansalva sino que todo lo que se recauda de las ediciones es para solventar gastos de la editorial, pero tu caso es distinto, vos vivís de Búnker, ¿qué otras tareas, además de la editorial, realizás para sustentarte?

Doy talleres y clases particulares de Lengua y Literatura.

-Si tuvieses que rescatar tres autores después del apocalipsis, ¿cuáles serían?

Ufff, tres son pocos. Y la elección sería muy injusta. La lista de lxs autorxs de un lector7a es casi interminable. Pero si puedo elegir a tres personas para hablas después de un apocalipsis elegiría a Héctor Libertella y a Ricardo Zelarayán para tomarme una cerveza con ellos. A Zelarayán le diría que me hable de esos libros que se perdieron y que no llegaron a publicarse. Otra cosa que me encantaría sería estar en una playa frente a un mar o en una orilla frente a un río, el Paraná, o en un patio en pleno verano bajo la sombra de los árboles, y tomarme unos mates con Antonio Di Benedetto. Le preguntaría cómo concibió Los suicidas, cuándo escribió la primer línea, cómo fue el proceso de trabajo y cómo era su proceso de escritura. Le preguntaría especialmente por el cuento “Enroscado” y le diría que me hale de literatura fantástica y del gaucho Aballay. Otros con quienes me hubiese gustado hablar de literatura son con Roberto Bolaño y Juan Rodolfo Wilcock. Con este último hablaría sobre Dino Buzatti.

-Por último, me gustaría preguntarte acerca de tu trabajo que es exclusivamente manual, ¿cómo es?

Está todo hecho en casa. No mando a hacer nada a ninguna imprenta, es totalmente manual. Compro las planchas del papel con el que hago las tapas, las resmas e imprimo en casa.

Maximiliano Martin

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