Las memorias reunidas en el cerro Cordillera
TEATRO
“Quien ha perdido sus recuerdos, ha perdido su memoria, está preso en una existencia ilusoria. Cae fuera del tiempo y pierde así su capacidad de quedar vinculado al mundo visible. Está condenado a la locura” – Andrei Tarkowski (cineasta).
Hay dos preguntas que se me vienen a la cabeza en este momento, me las repito como un constante zumbido: ¿Qué quieres contar? ¿Qué puedes expresar sobre tu historia sin el uso excesivo del lenguaje? Acabo de terminar un taller con Rosa Ramírez, la conocida “Negra Ester” del Gran Circo Teatro. Se presentó en el Espacio Santa Ana del cerro Cordillera con el monologo “Despertar de una mujer”, analogía al periódico proletario “Despertar”, y durante su visita, dictó un taller únicamente para mujeres. “Todas ustedes pueden contar sus historias, usar sus memorias”, repetía.
Pienso en la honestidad de su gesto, en la niña que aparece de vez en cuando en su relato, criada por un obrero del norte de Chile. Ella nos entrega sus recuerdos, allí se encuentran sus pobrezas y buenos momentos. Existe una referencia emotiva, atrincherando una marginalidad que jamás se encuentra en el poder. Pienso en mi historia, los cuestionamientos indagan en mi timidez, en esa incapacidad de expresarme en el momento justo frente a un gran número de personas. Una de las alumnas manifestó que el miedo a “decir” proviene como una herencia macabra. Creo es uno de nuestros grandes desafíos y este tipo de talleres son un espacio de confianza.
“¿Por qué hablo de la mujer?”, cuestiona al aire Rosa, y luego prosigue: “Porque siento que hay una responsabilidad con respecto a las situaciones de la mujer en Latinoamérica. Yo vivo en Chile, pero hay una responsabilidad histórica super importante. ‘El despertar de una mujer’ tiene que ver exactamente con eso, darnos las confianzas y los cariños, para que las mujeres despertemos. Por eso también se juntan estas dos cosas, el taller y la obra”.
En primera persona
Cuando era niña quería ser actriz, admiraba al Gran Circo Teatro, soñaba con ser como Andrés Pérez, con una expresión combatiente, honesta y solidaria, usando el teatro callejero para inspirar a otros. Terminé en otra cosa, pero la vida me llevó hasta el cerro Cordillera, lugar donde la compañía estuvo durante tres días compartiendo y trabajando de forma colectiva. (Luego de la muerte de Pérez el año 2002, Rosa Ramírez se convirtió en el rostro visible del colectivo teatral, el cual apunta a dar cabida a quienes aparecen marginados dentro de la historia oficial. En esos vacíos, tristemente nos encontramos las mujeres).
Pienso en mi memoria, en las ansias por ser actriz, en los lugares que se van convirtiendo en otros, como Espacio Santa Ana, que fue utilizado en sus comienzos por una congregación de monjas, también fue un hogar de niñas; una escuela de sordomudos y una comisaría. Actualmente, se erige como un centro comunitario que aspira a impactar en la vida de las personas, hurgando en el pasado y apostando a mejorar las cosas en el futuro. Desde este presente en construcción, se realizó un pacto de trabajo en conjunto, lazos y caminos que se van armado para la vida en común.
En ese lugar tan lleno de historia conocí a la “Negra Ester” en un ejercicio que apunta a mis experiencias de vida, apoyada sobre memorias desconocidas y enfrentadas en muros de concreto, en las historias de barrio. Compartí con otras mujeres sus vivencias. Algunos dicen que el teatro es terapéutico, yo pienso que todo está por construir, pero que debemos alzar la voz entre los ecos de todos los pasados ausentes y reunidos.
Por Karo Torres
Fotos: Rany Carneiro