El costumbrismo luminoso de América

POESÍA

En “Pueblos fugaces”, el actor y escritor argentino Carlos Aprea se hace parte del gran relato popular latinoamericano y suma su voz poética a la búsqueda, descubrimiento y ensoñación de poblados y caseríos desperdigados como granos de maíz por un territorio que podría ser Chile, Perú, Colombia o cualquier otro país al sur del Río Grande, donde florecen aquellos paisajes fugaces que ensombrecen y a la vez esperanzan con su ser comunitario. Ahí se sitúa esta poesía, que no trepida en señalar en primer término las miserias del hombre contra la generosidad de la tierra.

(…)

Un abucheo infernal de chicharras
confundió nuestros pasos,
así huimos
de las pobladas avenidas
iluminadas por la luna llena.
En plena noche, en la estación vacía,
escuchamos campanas de advertencia:
infinitos vagones, rigurosamente sellados,
cargados de roca molida
arrancada a las montañas.
Los hermosos trenes de la infancia huyendo
como oscuros criminales
hacia los grandes puertos de embarque,
dejando una estela extraña,
el acre olor de una vergüenza.

(…)

Se ha dicho de este libro que es un todo armónico, exacto y bien pensado, una especie de “trip’s on the road movie poetry”, con un estilo señalado como “costumbrismo luminoso”, y con referencias literarias cercanas a las ciudades invisibles de Calvino o a las aventuras de Simbad. Por nuestro lado, encontramos algo de Salgari y de Lautaro Yankas -un olvidado autor mapuche del lado chileno-, y, obviamente, a todos nuestros pueblos: los que habitamos, los que alguna vez visitamos o los que imaginamos como un ideal en nuestra mente.

Así, poema tras poema, Carlos Aprea va armando/desarmando un rompecabezas donde la dimensión latinoamericana de la humanidad desborda en tierra y caminos armando un relato preciso cuya lectura nos sitúa en una atmósfera de familiaridad y re-conocimiento ancestral de una/nuestra identidad.

Hundidos hasta el cuello
en el agua tibia,
la montaña ofrecía
sus jugos, como un útero.
En el valle soleado
solo nosotros, en el centro de la escena,
el rumor del viento,
y la sombra de las grandes aves
buscando altura, sobre el inmenso
anfiteatro de la cordillera.

(…)

Sobre la calle larga
nos sorprendió la marcha,
los cantos, la música sin énfasis
y el pueblo cabizbajo, rodeando
la imagen de La Candelaria,
llevada mansamente en procesión
a la pequeña iglesia de madera.
Por ella retornan cada día
los pescadores y los peces
a la justa del mar.

(…)

En el muelle
siempre hay dispuestas
sillas para el forastero.
A la sombra de sauces añosos,
comparten los vecinos su comida,
y sirven un vino dulce
de los inciertos viñedos del lugar.
Cuando los viajeros
despertamos de la siesta
no hay rastros del pueblo,
ni del muelle, ni del río,
ni de nuestras pertenencias más valiosas.

(…)

Todo es tan plano en el pueblo que se duda
de la redondez de la tierra, de los viajes a la luna
y de la propia luna.
Sólo una gran esfera de piedra,
en el centro de la plaza,
rompe la recta pura del horizonte.
Algunos jóvenes pasan los domingos y la tocan,
saltando el enrejado, porque dicen
que trae suerte. La rozan con la mano,
se van, y no regresan,
se ganan la vida contando historias
por un mundo circular.

(…)

“Pueblos fugaces” es un viaje hablado en poesía, una bitácora latinoamericana llena de secretos y mensajes en clave, colmada de frutas metafóricas y criaturas sin voz que sin embargo levantan una cordillera de moralejas y aproximaciones hacia el nexo ineludible, sanguíneo, del habitante con su territorio.

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Publicado en 2012 por la editorial ‘Libros de la talida dorada’,
ciudad de La Plata, Argentina.

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