“El arte es el antídoto más grande encontrado por el ser humano para su condición de mortal”
ENTREVISTA
“Tebas Land”, libro en el que el dramaturgo franco-uruguayo Sergio Blanco realiza una exploración del parricidio dotada de un exquisito trabajo sobre el lenguaje, e inspirada en el mito de Edipo, se presentó en la Argentina al mismo tiempo de su estreno en el teatro porteño Timbre 4.
Los encuentros entre un dramaturgo, un parricida preso y un actor en la cancha de básquetbol de un penal se despliegan en el relato para alejarlo de la dimensión ética del crimen y priorizar las posibilidades estéticas de su representación.
La obra, estrenada en Montevideo, Moscú, París, Oslo y Sidney, por citar algunos escenarios internacionales, obtuvo el premio Off West End de Londres como mejor texto en 2016.
Blanco nació en Montevideo y reside desde los 19 años en París, donde luego de estudiar filología clásica y dirección teatral en la Comédie Française se dedicó a la docencia, la dirección teatral y la escritura.
El escritor, que construyó una obra teatral con mucho de novela, habló con Télam y, como lo suele hacer en sus seminarios, apeló al tenis para describir la tensión entre dos personajes de la obra, el escritor y el asesino: “Son como Nadal y Federer, uno es la precisión y la elegancia suiza, mientras el otro es un torero que deja la cancha deshecha luego del partido”.
Télam: ¿”Tebas Land” es una obra sobre el tiempo?
Sergio Blanco: Sí, el relato va para adelante, retrocede, es una obra sobre la representación, un mecanismo temporal que consiste en volver a presentar algo que ya sucedió y resulta propio del teatro. Me gustan mucho los relojes, como este que tengo puesto, una cualidad en común con Federico, el parricida. Creo que el arte consiste en suspender el tiempo, es el antídoto más grande encontrado por el ser humano para su condición de mortal. ¿Quién quiere morir?
T: Algo de eso dice el dramaturgo en “Tebas”, ¿Escribe contra la muerte?
SB: El arte suspende la muerte, esa distancia entre el objeto y su representación hace que lo artístico sea más bello que la vida real. Siempre les digo a mis estudiantes: no busquen más temas. Hay dos tópicos básicos: “Estoy enamorado” y “Tengo miedo de moririme”, más el análisis que los sostiene. El arte es resistente en ese sentido y no en la cuestión política, como decía Deleuze: hay un cuadro que desde hace 3.000 años resiste a la muerte.
T: ¿Hay algo del tempo de una sesión psicoanalítica en la obra?
SB: Sí, los encuentros entre los personajes están encuadrados en tiempo y espacio. Es mi homenaje al psicoanálisis, en el sentido del lenguaje como dispositivo de cura. Tengo años de análisis, pero he visto sus efectos también en otra gente, la reconstrucción mediante el lenguaje.
T: ¿El libro puede leerse como autoficción?
SB: Sí, tiene una cualidad: el autor mezcla las cartas, se parte desde un acontecimiento real, una desgracia terrible, una situación suprema y acá reside la diferencia con el biodrama: la autoficción reivindica el cambio de datos a partir del uso de los mecanismos de poetización: donde más se desprende de lo documental, más triunfa. Aparece a fines de la década del 70 y el escritor francés Serge Doubrovsky acuña el término. Rimbaud, Flaubert, San Agustín quien inventa el pronombre ‘yo’ para hablar durante páginas y páginas, Montaigne, Rosseau y hasta Sócrates con el “conócete a ti mismo” ya la practicaban.
T: Suena raro, porque el hecho de relatar ya ficcionaliza…
SB: Claro, en un sentido ortodoxo es así. Al contarte lo que hice ayer, mi elección del tiempo verbal ya condiciona el relato, pero ojo que en la autoficción se dan una serie de pactos. En la autobiografía hay un pacto de verdad con el lector, acá hay un pacto de mentira: te convoco para revelarte verdades, sabiendo que voy a mentirte como nadie.
T: ¿Cómo relaciona autoficción y teatro?
SB: La autoficción no es un encierro ególatra, se comienza en uno pero el destino es buscar a otros, como sucede en el teatro, donde la producción de sentido es colectiva. En una puesta se dirige desde la mirada, se establece un vínculo de confianza y los actores trabajan, se produce un juego de seducción interesante: querés averiguar acerca de la veracidad de tal hecho pero no tanto, las pistas están presentes, al mismo tiempo que son veladas.
T: “Tebas Land” presenta una carga erótica importante.
SB: Sí. No quería caer en la estética gay kitsch del trillado romance entre los prisioneros, quería hacer erotismo desde el lado propuesto por George Bataille: desde el aspecto del sufrimiento, no a partir del placer.
T: Es que el deseo viene en combo con la imposibilidad…
SB: Exactamente: escribo porque no lo hago bien. Los escritores sabemos que hay un problema con el lenguaje, no lo soportamos, cometemos un parricidio con él. Barthes ya lo decía: el lenguaje es fascista, nos obliga a decir determinada palabra, implica una tortura. Por eso, cuando más se viola la ley lingüística, mejor resulta la obra.
T: ¿Le tienta la novela como género?
SB: Tengo una ya terminada, pero nunca me animé a publicarla, “Después de la tristeza”. No sé si me quedaría con ese título hoy. La escribí hace mucho años en una residencia de escritura en Grecia.
T: Pero este libro se lee también como una suerte de novela para ser escenificada…
SB: Una obra de teatro posee un doble estatus: el del texto editado y la representación del mismo. Existen cuestiones que no van a suceder en lo literario, sólo se darán sobre el escenario, uno de los lugares más democráticos en esta vida, porque de verdad nadie manda allí: la palabra es un elemento más en ese andamiaje. No estoy a favor del textocentrismo.
T: ¿Es un buen lector?
SB: Todo lo que sé hacer es escribir y leer, todo el día. Leo mucho a mis contemporáneos. Ahora estoy con Vila-Matas, me encanta el francés Pascal Quignard, hizo un texto increíble, “Los desarzonados”. No sabía el significado de esa palabra, quiere decir los que fueron tirados del caballo, como le sucedió al santo: cae como Saúl y se despierta como Pablo. Montaigne también comenzó a escribir a partir de una caída, yo me caí de niño y el tema de la caída como pasaje a la escritura me intriga.
Por Laura Ferré
Agencia Télam