La alteridad ignorada de las niñas
ENTREVISTA
En “¡Niñas jugando! Ni tan quietas ni tan activas”, la especialista Mara Lesbegueris argumenta a favor de una infancia deseante construida a través del juego, para lo cual es necesario poner la atención sobre el valor diferencial de las niñas y a sus modos de construir su singularidad gestual y corporal.
El libro, publicado por la editorial Biblos en su colección El cuerpo propio, descarta la esencialización de la experiencia lúdica para centrarse en los modos de producción de una corporización generalizada.
Lesbegueris es licenciada en Psicomotricidad y profesora de educación física. Es docente en la Universidad de Tres de Febrero (UNTREF) y en la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM).
Esta es la conversación que sostuvo con la agencia informativa Télam de Argentina.
T : ¿Por qué niñas y no niños jugando?
L : Porque uno de los propósitos del libro tiene que ver con poder visibilizar a las niñas dándole un lugar protagónico en sus juegos, particularizando su presencia, sin entrar en análisis universales o diferenciales y-o comparativos. Perspectivas, que aún hoy, siguen reproduciendo desigualdades en función del género.
Sabemos que así como lo femenino, la categoría niñas es una construcción mutable. Las niñas como sujetos de discurso han sido interpretadas desde distintas formas de concebir no sólo las infancias sino las prácticas de crianza. Sin embargo, a lo largo de la historia las niñas constituyeron, a mi juicio, una verdadera alteridad ignorada. Invisivilizadas en función de la edad (consideradas como adultas en miniatura) o subsumidas bajo el genérico niños, que borra sus particularidades. También creo que hay que tener cuidado en realizar lecturas diferenciales, ya que las mismas pueden ser otra forma de esencializar y marcar tendencias sexistas. Así, desde diferentes contextos históricos y sociales, la infancia femenina ha sido construida de acuerdo a una supuesta naturaleza salvaje, a la bondad de sus espíritus, a la debilidad de sus cuerpos, a la incompletud de su fisiología, a la inocencia de sus acciones, a la vivacidad de sus emociones. Atributos que no solo connotan lecturas particulares sobre las niñas, sino prácticas y procedimientos que regulan las diversas formas corporales de devenir niña.
¡Niñas jugando! Es una advertencia de cuidado… una necesidad de detenerse en las particularidades de estos universales lúdicos, un pedido de quietud –inquietante, que empuja hacia alguna dirección impensada, una invitación, tal vez, a decontruir series discursivas inscriptas en nuestros propios cuerpos para dejar entrar las perplejidades del jugar.
T : En cualquier caso, ¿qué es jugar para niñas y para niños, y qué sucede por fuera de ese maniqueísmo ad hoc?
L : Si te referís al maniqueísmo en tanto trascender planteos binarios, coincido en llevar al jugar a un campo de problematización que se aleje del bien/mal; o si te referís al maquineismo como un dispositivo-máquina que produce sujeciones y sentidos… Los juguetes, los disfraces, los espacios lúdicos, los tiempos de juego, los reglamentos y las normativas que se despliegan, disponen formas particulares de uso, de habitabilidad, de temporalizar, de accionar y corporizar pasiones. El jugar contemporáneo no sólo tiene características disímiles respecto a otras épocas, sino que varía de acuerdo a las circunstancias personales, familiares, sociales, económicas, regionales y culturales.
Las niñas (que hoy pueden jugar) se debaten, en sus elecciones lúdicas, entre juegos tradicionales, juegos de pantalla y otras modalidades que con anterioridad eran patrimonio de los niños varones. Observamos que algunas niñas (cada vez más) comienzan a animarse a conquistar y hacer uso de otros espacios de juego. Ponen a prueba la tensión, la fuerza muscular y la velocidad. Sin embargo, estos cambios no destierran el mundo rosa de barbies y princesas, en el que están subsumidas la gran mayoría y que insiste con sus mensajes sin cuestionamientos.
Es importante destacar que en el contexto de la mundialización de la cultura hay una fuerte tendencia a la descorporización de los juegos. Proceso que es posible observar a partir de la disminución de los espacios y tiempos de juego espontáneo; la erosión de lazos sociales en grupos naturales; la superabundancia de objetos que no llegan a transformarse en juguetes, la estimulación, la aceleración, la exposición a imágenes de hiperrealismo en detrimento de los relatos, la creatividad y la imaginación; la tendencia al sedentarismo.
La pérdida de la experiencia corporal se visualiza con claridad en los juegos virtuales donde es posible observar la subordinación del cuerpo a la acción tecnológica, a la mercantilización de los juegos, que transforma a las niñas y niños en verdaderos clientes lúdicos. Más que hacedores simbólicos, los niños y las niñas se convierten en usuarios lúdicos. Con respecto a las niñas, esta tendencia de descorporización por la que atraviesan, se refleja también a partir de la cosificación temprana de sus cuerpos mediante la ideología barbie que nutre sus ideales de representación.
T : Si el juego está fuera de cualquier ontología, ¿cuál es la relación de los sujetos con las redes sociales?
L : Sí, para mí el jugar no traduce ninguna esencia ni femenina ni masculina. Tampoco puede reducirse a los deseos o fantasías individuales que allí se despliegan, que condensa discursos, valores, ideales de una civilización y particularidades de un contexto social, histórico, familiar, donde se transmiten aspectos normativos, modos de hacer legitimados que necesitan repetirse y encarnarse lúdicamente. El juego como legado cultural permite formas de participación y conformación de identidades corporales subjetivas y colectivas.
Los valores tradicionales (reproductivos) de una sociedad se mantienen a lo largo del tiempo como un bastión moralizante que asume la pasivización de los cuerpos de las niñas. Por eso es necesario corporizar princesas, hadas y barbies, y poco de superheroínas (y menos aún de aquellas brujas que se rebelan frente a las convenciones sociales). Los mensajes dirigidos a las niñas son performativos, diversos y contradictorios.
Si pensamos en el objeto muñeca, veremos que no está hecho para ser arrojado como una pelota (aun cuando se la pueda lanzar), tampoco sirve para luchar (si bien se le puede pegar, o se puede pegar con ella). Con la muñeca se realizan básicamente actos que incluyen diversas acciones y labores manuales, al tiempo que se alientan investimentos afectivos vinculados a la domesticidad. Se juega a las muñecas con el cuerpo relativamente estático.
Es importante destacar que los juguetes contienen lo falso en potencia: se trata de objetos que cuando devienen juguetes, lejos de representar la verdad o lo mismo, manifiestan la posibilidad de invención de otro mundo posible. Jugar no es reproducir ni sólo expresar sino producir en la repetición algo nuevo. Hacer como si permite dominar la tiranía de la realidad. Jugar pone en diálogo la esfera de lo íntimo y de lo público.
T : ¿A qué te referís con disciplinamiento corporal, si aceptamos que se vive en la era del control?
L : Las nuevas tecnologías de la comunicación y de la información, las lógicas del mercado, la tendencia a la aceleración, la crisis de la familia nuclear, expresan las nuevas desorientaciones por las que atraviesan las instituciones; el movimiento de la sociedad disciplinaria a la sociedad de control instala nuevas problemáticas. En el proceso de construcción corporal desarrollado durante la infancia hay ciertas formas de disciplinamientos inherentes al ordenamiento que impone el mundo social y cultural. Los hábitos y los modos de corporización no se dan a pura libertad, ni de forma natural. En ese sentido, pienso al jugar como una praxis de corporización generizada, porque el cuerpo cuenta con el juego como uno de los ámbitos que propician su construcción, así como el jugar necesita del cuerpo como ámbito de materialización para el despliegue simbólico.
Son los cuerpos a través de sus manifestaciones (gestos, actitudes posturales, acciones, formas de contactar, mirar, escuchar, emitir la voz) los que encarnan los roles y los comportamientos esperables para cada género, y es a través del juego que estos roles y comportamientos se incorporan y disciplinan en un orden social e histórico. Esto no quiere decir que los cuerpos en su totalidad se disciplinen.
La subjetividad corporal pugna por encontrar líneas de fugas, estilos, deseos y proyectos libertarios. Es en la tensión entre la determinación socio-histórica instituida de los juegos y la indeterminación instituyente del jugar. La tendencia a la descorporización de la que hablamos, puede leerse como efecto de la sociedad de control, que bajo la ideología de la inseguridad trabaja mercantilizando los juegos y erosionando las autonomías. Así, existen muñecas con cámaras incorporadas o peloteros con cámaras de televisión.
T : Y respecto a eso, ¿cómo pensás los llamados trastornos de atención y su medicalización?
L : Cuando la medicación es utilizada para regular los comportamientos perturbadores del niño o de la niña, lo que se busca es domesticar sus cuerpos y sus pasiones, silenciar sus síntomas, más que atender a sus desatenciones y padecimientos. Los paradigmas actuales buscan soluciones rápidas sin ahondar en las causas ni indagar sobre los contextos en los cuales esta sintomatología se manifiesta. Esto no quiere decir que no existan patologías de origen orgánico donde la medicación pueda llegar a ser necesaria.
La complejidad en los diagnósticos supone tiempos, lecturas de profesionales que atiendan la subjetividad. Diversos especialistas vienen denunciando la medicalización y psicopatologización de la infancia. Para mí, Daniel Calmels marca una ética cuando destaca que no hay carencia por falta de estímulos sino por falta de relaciones estimulantes. Del mismo modo, podemos advertir que lo que cura el sufrimiento no puede ser nunca sólo el estímulo químico, sino que esos niños o niñas necesitan relaciones estimulantes que potencien sus posibilidades de expresión, interacción y aprendizaje.